Un ataque de pánico es la experimentación repentina de miedo o malestar intenso, propiciada por una amenaza aparente o imaginaria.

Su aparición causa reacciones físicas como incremento del ritmo cardíaco, sudoración, dolor de tórax, escalofríos, temblores, náusea, sensación de ahogo, temor a la muerte y cansancio excesivo.

El licenciado Rony Barillas, psicólogo del Centro de Atención Integral de Salud Mental (CAISM) del IGSS, expuso que este trastorno tiene orígenes ambientales y temperamentales. Los primeros constituyen los traumas sufridos durante la niñez, como un abuso sexual u otro tipo de violencia. También incluyen factores como el estrés, el fallecimiento de un ser querido, la pérdida de empleo, sufrir un asalto o el consumo de narcóticos.

Entre los temperamentales están la predisposición a emociones como la ansiedad, motivada por pensamientos catastróficos o fatalistas, o agravar un problema poco relevante, hábito bastante común en nuestra cultura y que, además, entorpece la adaptación social.

Aunque estos episodios de angustia, normalmente de entre 10 y 20 minutos, se presentan por lo general de manera inesperada, Barillas aclaró que en ocasiones suelen ser estimulados por la exposición a ambientes o lugares donde se ha tenido una vivencia desagradable o traumática.

Destacó que el segmento de la población más vulnerable son los jóvenes. “Normalmente los síntomas comienzan entre los 20 y 24 años. Después de los 45 es poco probable que alguien tenga estos problemas”, indicó.

Barillas recalcó la importancia de buscar acompañamiento profesional, pues en el 40 por ciento de los casos se consigue la desaparición total de los síntomas, mientras que en el resto se reducen a grados leves o imperceptibles, lo cual es un resultado muy favorable.

A través de terapias psicológicas enfocadas en la percepción y la memoria es posible manejar este problema, sin embargo, dependiendo de la intensidad y frecuencia, se hace necesario un tratamiento a base de medicamentos cuya función es la recaptación de la serotonina, hormona que interviene en el control de las emociones y del estado de ánimo.